Hasta el siglo XXI hubo que esperar para que Zaragoza tuviese una estación de autobuses como las que, desde décadas atrás, había en ciudades mucho más pequeñas y con mucho menos movimiento de viajeros.
Este cartel de la compañía de transporte de viajeros Samar Buil puede tener el bonito estilo pop de alguna agencia de viajes en la «Costa del Sol», pero no. Pertenecía a una de las múltiples cutre-estaciones que estaban desperdigadas por toda la ciudad. «Samar Buil» se ocupaba (y se ocupa) de la línea de viajeros entre Zaragoza y su barrio -con voluntad de pueblo- Garrapinillos.
El bonito cartel que sobrevive en la calle Jerónimo Borao se encuentra en lo que era la bajada al infierno-sótano-taquilla a través de unas empinadísimas escaleras por las que era difícil no caer y, que una vez comprado el billete abajo, había que volver a subir para, lloviera o no, salir a la calle y entrar, ahora ya si, en el local de al lado bajo un edificio de viviendas donde generando todo tipo de ruidos y humos estaba aparcado el autobús.
Al salir a la estrechísima calle, si había algún coche aparcado, el bus no podía maniobrar ni girar, imposible salir, con lo que los sufridos viajeros tenían que esperar un buen rato hasta que alguien quitase el dichoso coche, por lo que los horarios de esta línea eran, digamos, aproximados…